¡WELCOME TO ALASKA!


IMPRESIONES DE UN ARGENTINO EN ORIENTE


El Cairo, 11 de mayo de 2010.

Lacabezamevaaestallarcontodoesteruidodeltránsitoyelsolestáterriblenopuedehacertantocalormecaenlasgotasporlaespaldanosepuederespirarmiamigomehablaperonoloescuchoporlosbocinazossitansolohubieseunasombraaunqueseachiquititadeuncactusalgoquepareestefuegojustoacáquenocorreunpocodeaire¿Cruzar?niloco¿vistecómomanejan?ydóndeestamosnoentiendotodosestosnombresylosedificiosquesontodosigualesyporquétodosnosmiran¿Taxi?noquierountaxiquierollegaradóndenoséperoquehayaaireporDiosNoquierountaxi!Ahhh!

El sol cae perpendicular como partiéndome la cabeza en dos, el termómetro se detuvo en los 49 grados centígrados solamente porque la Organización Internacional del Trabajo (OIT) prohíbe que se trabaje a más de 50o C. Un auto chocado, al lado de otro auto chocado, a centímetros de otro rayado, tocándose con otro destartalado,  sonando sus bocinas, rodeados de taxis que tocan más fuerte sus bocinas luchando contra los colectivos repletos de personas, salidas de sus ventanillas, en algunos casos inexistentes, se cruzan de carril, doblan, los choferes se gritan, se encierran, aceleran en pocos metros, esquivan una moto, que pasa rasante entre otras dos motos que doblan la esquina sin mirar y casi chocan con una combi, está repleto de combis, con sus puertas abiertas y más gente apilada. El puente se erige ante mí interminable sobre el Nilo. Ya no queda ni la sombra raquítica de los árboles de la plaza. El mar de autos y micros lucha cuerpo a cuerpo por avanzar sobre el asfalto ardiente que suelta un vapor que se trepa por mi ropa. La gente apiñada en racimos indivisibles saca la cabeza como puede de los transportes en busca de un poco de aire caliente. En eso, una camioneta pasa cerca de la vereda y un sujeto asomado y con una sonrisa de pocos dientes me dice:
“¡Welcome to Alaska!”




El cielo era plomizo, no límpido, el horizonte era una mancha brumosa, la arena estaba ahí, seguro que estaba ahí, pero desde la ventanilla del avión parecía tierra. Apenas se abrieron las puertas del moderno Aeropuerto Internacional de El Cairo se nos abalanzaron personas ofreciendo taxis y hoteles al tiempo que recibíamos el primer cachetazo del vaho de los cuarenta y pico de grados centígrados que nos acompañaría todo el viaje. Tomamos un auto que prometía ser una camioneta pero terminó siendo un mediano chico, no más grande que un Renault 12. El Cairo nos empezaba a recibir.
Los dedos de la mano izquierda pegados al apoya brazos de la puerta trasera, los de la  derecha a mi cámara de fotos, la espalda adherida al respaldo, y los ojos abiertos de par en par. ¿Qué les pasa a estos tipos? La violencia con la que manejan en El Cairo es increíble. La bocina la usan para todo, a modo de insulto, de llamada de atención, de saludo, para todo. La distancia entre autos es inexistente, tanto con el de adelante como con los de los costados. El cambio de carril se hace por impulso, sin aviso  previo. El tránsito es una maraña de autos chocados que prácticamente se empujan para pasar por los lugares más pequeños. Los peatones parecen estar en un videojuego, cruzan esquivando los autos que no frenan para cederles el paso. ¿Semáforos? Simplemente no funcionan.
Tratando de olvidarme de su manera de conducir me sumergí en mis pensamientos, ¿cuándo fue que bombardearon El Cairo? No hay ningún edificio terminado, todos los frentes medio destruidos, los techos llenos de escombros, basura y antenas de tv satelital. Parece un escenario de una película de guerra o una imagen de la CNN de Bagdad bombardeada por los Estados Unidos. Intento conversar con el taxista, le pregunto por el tránsito, pero me mira y no responde, le consulto por los carteles con la foto de Mubarak*, pero tampoco me responde. Fue ahí que me di cuenta no sólo que no sabía inglés sino que tampoco sabía a dónde íbamos. No tenía ni idea de dónde quedaba el hotel, paraba cada tanto y preguntaba, seguía,  pero no llegábamos a ningún lugar, la dirección en inglés que figuraba en la guía no la entendía (no podía leer nuestro alfabeto), hasta pasamos tres veces por la misma rotonda. Recién una hora después llegamos a nuestro hospedaje.
Era mi primer día en El Cairo y la ciudad ya sacaba a relucir todas sus armas con las que pensaba luchar contra mi tolerancia y paciencia. Yo que me creía un aventurero, un Indiana Jones, un tipo open mind, la más occidental de las ciudades árabes estaba poniendo en jaque mi carácter de viajero en menos de 24 horas.
Dicen que uno realmente ha viajado cuando conoce Oriente y el impacto que tuvo Egipto en mí no hizo más que confirmarlo. Es en el caos, la imprevisibilidad, lo extraño de su forma de ser donde uno se siente efectivamente en “otro” lado. Porque en Europa o cualquier destino occidental uno puede reconocerse en distintas cosas como un medio de transporte, una comida o hasta una marca de ropa, por el contrario en el mundo árabe todo es diferente, la arquitectura, la señalética, las costumbres, la vestimenta, los olores, los sonidos. Uno está conociendo un mundo nuevo.  Y así fue.



El Cairo me resultó inasible, indomable. Su otredad pegó de lleno en mi forma de viajar y me obligó a adaptarme. Yo, acostumbrado a ser un viajero dominador, con su mapa y su lista de cosas para ver, que sale a conocer lo que él quiere conocer, no pude jamás tener el control sobre la situación. Lo intenté, junto a mis amigos salíamos cada mañana con nuestro plano  y el recorrido pensado. Primero intentamos caminando pero siempre algo pasaba, una calle que no figuraba, una esquina confusa, letreros que no se entendían, y el lugar que no aparecía, y entonces debíamos preguntar, pero preguntar en El Cairo es una experiencia en sí misma  -traumática diría yo-, todos dicen querer ayudarte, te hablan, te acompañan,  te cuentan alguna historia convincente de que sólo quieren practicar el idioma, o tienen un amigo viviendo en Argentina o que quieren invitarte a tomar algo en su casa, pero finalmente sólo buscan una propina o venderte algo y cuando te das cuenta estás en cualquier lugar menos en donde querías estar. Una y otra vez nos pasó eso. Fue así que a las próximas atracciones decidimos ir en taxi, pero ni esto garantizaba llegar a destino, más de una vez los taxistas se perdieron y debieron preguntar y dar vueltas para encontrar el lugar. Hasta que resignados nos dimos cuenta de que era inútil pretender llevar el control, El Cairo nos iba a mostrar lo que ella quisiera y de la forma que ella quisiera. Entonces no luchamos más, nos dejamos llevar por su desorden, cámara en mano buceamos por su turismo anárquico tratando de captar un poco de su esencia. Dos veces tuvimos que visitar las pirámides -que poco se parecen a las de los libros- porque de tan caótica y asfixiante que resultó la primera no teníamos ninguna foto en la que estuviésemos sonriendo, la Mezquita Azul nunca la encontramos, en el Museo de El Cairo nunca pudimos ubicar temporalmente una pieza -simplemente porque no se podía-, sólo por citar algunas de las situaciones. En definitiva, la ciudad nos enseñó lo que ella quiso.
Pasó tiempo, meses, hasta que se me fue yendo la sensación de frustración y empecé a paladear lo que había vivido, a entenderlo. El Cairo fue un destino iniciático, que me marcó, me enseñó que hay lugares dóciles, que abren sus puertas y nos dejan conocerlos a nuestra voluntad  y, por el contrario, hay otros que no, que son huidizos, que su particularidad y su encanto no está solo en las atracciones que tienen sino, sobre todo, en su singular forma de mostrarlas. Bienvenida la diferencia.

Sebastián 

* Hosni Mubarak, presidente egipcio entre 1981 y 2011 que tuvo que renunciar a su cargo luego de las masivas protestas en su contra que se sucedieron entre enero y febrero de ese año.


*¿Querés leer más sobre este destino? ¿Querés conocer otras opiniones? Aquí te dejo relatos de otros viajeros:
Diario de Viajes de Kiana: Egipto

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